¿Alguna vez has dado un respingo al caer de un precipicio… mientras jugabas en tu salón con unas gafas de realidad virtual? ¿O has sentido esa extraña sensación de «estar realmente ahí» durante una videollamada intensa, hasta el punto de olvidar que tienes los pantalones del pijama puestos? Bienvenido al fascinante mundo de la presencia virtual psicología, un fenómeno que afecta a más del 70% de los usuarios regulares de entornos digitales inmersivos según recientes investigaciones. En plena era pos-pandemia, cuando millones de personas hemos normalizado trabajar, estudiar y socializar a través de pantallas, entender cómo nuestro cerebro construye la sensación de «estar ahí» se ha convertido en algo más que curiosidad académica: es una necesidad social y clínica urgente.
Desde mi experiencia clínica, he observado cómo la presencia virtual está redefiniendo nuestras experiencias cotidianas de maneras que hace apenas una década parecían ciencia ficción. Este artículo te llevará por un recorrido riguroso pero accesible sobre qué es exactamente la presencia virtual, cómo la experimenta nuestro cerebro, sus implicaciones terapéuticas y sociales, y —crucialmente— cómo identificar cuándo esta tecnología nos beneficia o nos perjudica. Porque como veremos, no todo lo que brilla en la pantalla es oro digital.
¿Qué es exactamente la presencia virtual?
La presencia virtual se define como la experiencia psicológica subjetiva de «estar en» un entorno mediado por tecnología, aunque físicamente nos encontremos en otro lugar. Es esa sensación peculiar que te hace extender la mano para tocar un objeto que solo existe en píxeles, o ese momento en que tu cuerpo reacciona con sudoración ante un peligro completamente simulado.
Las tres dimensiones de sentirse presente
Desde la perspectiva de la presencia virtual en la psicología, distinguimos tres componentes fundamentales que interactúan de forma compleja:
- Presencia espacial: La sensación de estar físicamente ubicado en el entorno virtual. Tu cerebro temporal y parietal trabajan arduamente para construir este mapa espacial ficticio.
- Presencia social: Experimentar a otros agentes (humanos o virtuales) como entidades sociales «reales» con las que podemos interactuar genuinamente.
- Autopresencia: La percepción de uno mismo dentro del espacio virtual, especialmente relevante cuando usamos avatares o representaciones digitales de nuestro cuerpo.
El cerebro no distingue (tanto como creemos)
Aquí viene lo verdaderamente fascinante, y también inquietante: nuestro cerebro evolucionó durante milenios sin pantallas. Las estructuras neurales que procesan la realidad física son las mismas que procesan la realidad virtual. El sistema vestibular, la corteza visual, las áreas motoras… todos pueden ser engañados con la suficiente fidelidad sensorial. Hemos observado en neuroimagen cómo experiencias de presencia virtual activan circuitos cerebrales prácticamente idénticos a los de experiencias «reales», lo cual tiene implicaciones profundas tanto terapéuticas como éticas.
Un ejemplo cotidiano: durante la pandemia de COVID-19, millones de españoles experimentaron reuniones familiares virtuales. ¿Recuerdas esas cenas de Nochebuena por Zoom? Muchas personas reportaron sentir una conexión emocional genuina, lágrimas reales ante abrazos pixelados. Eso es presencia social funcionando, tu sistema límbico respondiendo a estímulos que «sabe» que son mediados, pero que siente como auténticos.
Mecanismos psicológicos: cómo construimos la ilusión
Atención selectiva y suspensión de la incredulidad
Para que la presencia virtual funcione, nuestro cerebro debe realizar un truco cognitivo sofisticado: ignorar activamente las señales que contradicen la ilusión. Esto requiere recursos atencionales significativos. Cuando estás inmerso en realidad virtual, tu corteza prefrontal está trabajando tiempo extra para suprimir las señales de que «esto no es real» —el peso de las gafas, el cable que te roza la pierna, el sonido del tráfico fuera de tu ventana.
¿Te has preguntado por qué salir de una experiencia VR intensa puede resultar desorientador? Es porque estás invirtiendo el proceso: tu cerebro debe desconectar de un modelo mental que había construido con esfuerzo. Desde una perspectiva humanista, esto nos recuerda que la cognición no es pasiva; somos constructores activos de nuestra realidad, digital o analógica.
La coherencia multisensorial importa (mucho)
La investigación en presencia virtual psicología demuestra consistentemente que la coherencia entre modalidades sensoriales es crucial. Cuando lo que ves, escuchas y sientes (háptica) se alinea perfectamente, la sensación de presencia se dispara. Pero cuando hay desajustes —por ejemplo, un retraso de milisegundos entre tu movimiento y la respuesta visual— la ilusión se rompe dramáticamente.
Esto explica por qué las videollamadas, pese a su ubicuidad, a menudo resultan agotadoras. El fenómeno conocido como «Zoom fatigue» tiene mucho que ver con microdesajustes entre señales sociales: miramos a los ojos en pantalla pero no establecemos contacto visual real, escuchamos la voz pero falta la espacialidad del sonido, vemos el rostro pero perdemos el lenguaje corporal completo. Nuestro cerebro trabaja horas extra intentando construir presencia social con información incompleta.
Caso de estudio: terapia de exposición en TEPT
En mi práctica clínica, he empleado realidad virtual para tratar trastorno de estrés postraumático en pacientes que experimentaron situaciones traumáticas. Un caso particularmente ilustrativo fue el de un joven que desarrolló TEPT tras un accidente de tráfico. Utilizando exposición gradual en entornos virtuales controlados, pudimos recrear elementos del trauma con niveles de presencia ajustables.
Lo notable fue observar cómo sus respuestas fisiológicas —taquicardia, sudoración— eran genuinas pese a que él «sabía» racionalmente que estaba seguro. Su amígdala respondía a la presencia virtual como si fuera amenaza real. Gradualmente, al procesar estas experiencias en un entorno seguro, logró reducir significativamente sus síntomas. Este es el poder de la presencia: puede engañar constructivamente a nuestro cerebro para facilitar procesos terapéuticos.
Implicaciones sociales y la brecha digital de la presencia
No todo el mundo «está ahí» por igual
Desde una perspectiva de izquierda humanista, debemos reconocer que el acceso a experiencias de presencia virtual de alta calidad está marcadamente estratificado. Las tecnologías inmersivas de última generación —gafas VR de alta resolución, sistemas hápticos sofisticados, conexiones de alta velocidad— siguen siendo privilegios de clase. Esto crea una nueva dimensión de desigualdad: la brecha de la presencia.
Durante la pandemia, vimos claramente cómo estudiantes de familias acomodadas podían acceder a experiencias educativas inmersivas —laboratorios virtuales, museos en 360°— mientras otros luchaban con conexiones inestables en móviles compartidos. Esta desigualdad en la calidad de la presencia virtual no solo afecta el aprendizaje; impacta en el desarrollo de habilidades digitales cada vez más esenciales en el mercado laboral.
Presencia y trabajo remoto: ¿el futuro es híbrido?
El debate actual sobre presencialidad laboral está permeado por incomprensiones sobre la presencia virtual psicología. Muchas empresas exigen retorno a la oficina argumentando que «la colaboración requiere estar presente». Pero ¿qué tipo de presencia exactamente?
La evidencia sugiere que para ciertas tareas —tormentas de ideas, resolución creativa de problemas, construcción de confianza en equipos nuevos— la presencia física ofrece ventajas difíciles de replicar digitalmente. Sin embargo, para trabajo concentrado, coordinación rutinaria o incluso cierto tipo de mentoría, la presencia virtual bien diseñada puede ser igualmente efectiva o superior.
Lo preocupante es cuando esta discusión ignora factores de justicia social: ¿quiénes pueden permitirse vivir cerca de oficinas caras en centros urbanos? ¿Quiénes tienen circunstancias familiares que hacen el trabajo remoto una necesidad? Una psicología crítica de la presencia virtual debe cuestionar qué intereses económicos se ocultan tras narrativas simplistas sobre «necesitar estar presente».
Controversias actuales: ¿nos estamos perdiendo algo esencial?
El debate de la autenticidad experiencial
Existe una controversia filosófica y psicológica profunda sobre si las experiencias de presencia virtual son «auténticas» o meros simulacros. Algunos teóricos argumentan que experimentar la Capilla Sixtina en VR jamás equivaldrá a estar físicamente ahí, que hay algo esencial —un quid fenomenológico— que se pierde en la mediación tecnológica.
Otros, más pragmáticos, señalan que toda experiencia es mediada: por nuestros sentidos, por nuestros esquemas mentales previos, por nuestro estado emocional. Desde esta perspectiva, la distinción entre realidad «física» y «virtual» es menos absoluta de lo que asumimos. Una persona con discapacidad motora que experimenta escalar el Everest en VR, ¿su experiencia es menos «real» psicológicamente?
Mi posición, tras años trabajando con estas tecnologías, es matizada: la presencia virtual puede generar experiencias psicológicamente auténticas y valiosas, pero no es intercambiable con la presencia física en todos los contextos. La clave está en discernir cuándo qué tipo de presencia es apropiada, sin fetichizar ninguna de las dos.
Riesgos de disociación y desrealización
Hemos observado casos clínicos donde el uso intensivo de entornos virtuales inmersivos puede exacerbar síntomas disociativos en individuos vulnerables. La transición constante entre diferentes «realidades» puede, en algunas personas, difuminar los límites entre estados de conciencia, generando experiencias de desrealización o despersonalización.
Este es un área donde la investigación está en sus primeras etapas, y las limitaciones metodológicas son significativas. Los estudios longitudinales sobre efectos a largo plazo son escasos, en parte porque las tecnologías evolucionan más rápido que nuestra capacidad de estudiarlas sistemáticamente. Necesitamos humildad científica aquí: aún no sabemos completamente cómo la inmersión virtual prolongada afecta el desarrollo cerebral, especialmente en adolescentes.
Cómo identificar una relación saludable con la presencia virtual
Señales de alerta a vigilar
Como profesionales o usuarios conscientes, ¿cómo distinguimos entre uso beneficioso y problemático de entornos virtuales? Aquí algunas señales de alerta basadas en mi experiencia clínica:
| Señal de alerta | Descripción | Acción sugerida |
|---|---|---|
| Preferencia marcada por lo virtual | Evitar sistemáticamente interacciones presenciales disponibles, prefiriendo consistentemente las virtuales | Explorar qué necesidad emocional se está satisfaciendo exclusivamente en lo virtual |
| Desorientación post-inmersión | Dificultad prolongada (más de 30 minutos) para «volver» mentalmente tras sesiones virtuales | Reducir duración/frecuencia de sesiones; establecer rituales de transición |
| Síntomas disociativos | Sentimientos de irrealidad del entorno físico, desconexión del propio cuerpo | Consulta profesional; suspensión temporal de uso de VR |
| Deterioro funcional | Descuido de responsabilidades, relaciones o autocuidado por priorizar entornos virtuales | Evaluación de posible uso problemático; establecer límites estructurados |